
Un día, un maestro y sus discípulos realizaron un largo viaje para obtener entendimiento. Mientras se preguntaban cuál sería el más grande amor en este mundo, llegaron a una villa donde había una montaña de huesos humanos.
El maestro examinó la montaña de huesos humanos y formuló una pregunta a sus discípulos:
—¿Pueden encontrar los huesos de una mujer?
Los discípulos se miraron entre sí. No podían encontrar los huesos de una mujer.
Un momento después, el maestro señaló un hueso y dijo:
—¡Este es el hueso de una mujer!
—¿Cómo lo sabe? —preguntaron los discípulos inmediatamente.
—Tómense un tiempo para pensar en esto. En primer lugar, las mujeres desde temprana edad son tratadas peor que los hombres. En segundo lugar, las mujeres dan todos los nutrientes de su cuerpo a sus bebés durante el embarazo, incluso cuando los amamantan. Por eso la carne y los huesos de las mujeres tienen deficiencia de nutrientes. Así que sus huesos son ligeros y oscuros.
Los discípulos inmediatamente pensaron en sus madres.
—Realmente mi madre siempre me ha estado dando amor y yo no hice nada a cambio, y esta es la vida que mi madre también tuvo.
Los discípulos derramaron lágrimas al comprenderlo.
Desde el nacimiento, los bebés solo reciben toda clase de nutrientes del cuerpo y los huesos de sus madres. Incluso durante su crecimiento, las madres se sacrifican constantemente por sus hijos hasta que crezcan y se conviertan en los mejores. Es lo mismo en todas partes del mundo. Las madres son seres que siempre dan amor.
Entonces, ¿por qué las madres deben pasar este tipo de vida en la tierra? Es porque esto muestra el tipo de vida de nuestra Madre celestial.
Isaías 66:10-13 “Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella; para que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones; para que bebáis, y os deleitéis con el resplandor de su gloria. Porque así dice Jehová: He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda; y mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.”
El apóstol Pablo testificó lo siguiente en Gálatas 4:26: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre”.
La Jerusalén que profetizó el profeta Isaías, es la Madre celestial. La Madre celestial siempre nos nutre espiritualmente con amor y gracia, aunque todos somos pecadores. Su vida siempre gira alrededor de nosotros, sus hijos. Por eso su vida es muy agotadora.
El profeta Isaías profetizó lo siguiente sobre su sufrimiento.
Isaías 52:14 “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído.”
Isaías 54:11 “Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo;”
La Madre celestial ha descendido a esta tierra para buscar a sus hijos celestiales que cometieron pecados en el cielo. Estamos con Ella en la Iglesia de Dios Sociedad Misionera Mundial (IDDSMM). Aunque Ella siempre esté fatigada, con tempestad, sin consuelo, esconde todo su dolor y nos acoge en sus brazos de amor. Ella es la fuente del amor y el epítome del gran amor de todas las madres de la tierra.
4 comentarios
Dios Madre siempre se sacrifica por sus hijos para salvarnos y llevarnos al cielo.
Me parece que el amor y el sacrificio de la Madre son sorprendente y grande.
¿Habría una persona que ama a los hijos más que su madre?
Si no hay el amor de la Madre celestial que ama a sus hijos más que su vida, ¿cómo podríamos pensar en el hogar celestial?
Solo la Madre celestial(Dios Madre) puede buscar a sus hijos perdidos del cielo, y guiarlos al reino de los cielos.
Le doy gracias infinitas por el amor y el sacrificio de la Madre.
Doy muchas gracias a la Madre Celestial. Su profundo amor siempre nos llena nuestro corazón con gratitud.
La madre Jerusalén, perdóneme mi maldad y pereza…