
GH Kim, Alemania
Hace poco fui a un hospicio infantil para un servicio voluntario junto con los miembros de Sion. Un hospicio infantil es una casa de reposo para niños pacientes, que están en su lecho de muerte debido a una enfermedad, donde pasan sus últimos momentos junto con su familia en medio de la hermosa naturaleza fuera del estrecho y sofocante hospital. Cuando escuché a un miembro del personal explicar que todo estaba lleno hasta el próximo verano, me sentí un poco mal.
Lo que teníamos que hacer era arreglar el parque, pintar y deshierbar. Pude ver más de un centenar de lámparas con velas encendidas en el pequeño parque memorial donde descansaban los niños que habían fallecido durante su estadía en el hospicio. Ellos dijeron que necesitaba mucho cuidado porque el agua lodosa había salpicado las lámparas, y la mala hierba había crecido por todas partes cuando llovía.
Limpiando las lámparas una por una con agua y jabón, quedé conmovida. Delante de cada lámpara, estaba escrito el nombre del niño que había fallecido, sus juguetes con los que jugaba cuando estaba vivo, mensajes como: “Te extrañamos”, “Te amamos” escritos con guijarros, y al lado, fotografías tomadas junto con su familia. Entre las fotografías, algunos padres abrazaban con fuerza a sus hijos que padecían dolores. Sentí dolor en mi corazón, pensando en cómo se sentían los padres, que tenían que mirar a sus hijos conteniendo las lágrimas, viéndolos sufrir en la agonía de la muerte a una edad en la que deberían estar sentados en el regazo de sus padres, haciendo cosas adorables y corriendo con sus amigos.
Alrededor del parque, los padres que tenían una despedida por venir, caminaban junto con sus hijos postrados en sillas de ruedas. Aunque los saludaba alegremente, no era lo suficientemente valiente para mirarlos a los ojos, por eso rápidamente desviaba la mirada. Pasando algún tiempo, otras lámparas se encenderían y continuaría la visita de los padres que no olvidaban a sus hijos fallecidos.
Una frase escrita con guijarros delante de una lámpara llamó mi atención: “¡Lo que se abriga en lo profundo del corazón no puede ser quitado ni siquiera por la muerte!”
Los padres no pueden olvidar a sus hijos enterrados en sus corazones. De pronto, un versículo bíblico vino a mi mente. Era lo que el padre dijo al ver a su hijo regresar a casa estando a punto de morir después de haber desperdiciado los bienes de su padre viviendo perdidamente:
“Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.”(Lucas 15:22-24)
No habría nada más doloroso para los padres que la muerte de sus hijos. Entonces no habría nada más feliz para ellos que el hijo que consideraban muerto regresara. Esa clase de alegría estaba contenida en la obra del padre, que no consideró los errores de su hijo y de prisa preparó una fiesta para él.
Enviando a la tierra de la muerte a sus preciosos hijos, como la niña de sus ojos, ¡con cuánta fuerza habrá palpitado el corazón de nuestro Padre Cristo Ahnsahnghong y nuestra Madre celestiales! En el aspecto del Padre que vino a esta tierra hasta dos veces para buscarnos, y a través del sacrificio de la Madre que hasta ahora está con nosotros, me atrevo a imaginar el inmensurable dolor de la partida.
Deseo cambiar el dolor de la separación que causé a los Padres celestiales por la alegría de encontrar a sus hijos perdidos del cielo. Pienso que esa es la manera de retribuir a nuestros Padres celestiales por haberme apartado del camino de la eterna muerte al camino de la vida.
Esta es la fragancia de Sion de un miembro de la Iglesia de Dios Sociedad Misionera Mundial que cree en Cristo Ahnsahnghong y Dios Madre.